Seré muy breve en esta publicación. Algo con lo que hacer relleno debido a mi ausencia. Lo
que va a ocurrir a continuación es el ejemplo perfecto de cómo
dispararse en el propio pie: confieso que no soporto los soportes de
lectura digitales. Pero es una afirmación que atestiguan horas de examinar como un pervertido galerías de bookshelf porn
en busca del más mínimo indicio de photoshop y semanas de planificación
estructural para apilar columnas de libros de manera que la existencia
de vida a su alrededor sea posible sin demasiado riesgo. El romanticismo
primitivo de la celulosa o el poco apetecible acto de no poder pasar
una página física en un ebook y
conformarse con contemplar la obra encerrada en marcos de silicio que
mancillan las fuentes tipográficas, las maquetaciones y las medidas
originales. La locura obsesiva de quien iguala la lectura en papel con
la película en pantalla grande, y la contrapone a la pantalla fría y el screener con el sonido ambiente de una sala de cine donde se puede oír al pajillero de la sesión cantando los turnos.
Cierto
que el lector digital tiene algunas ventajas, permite que los
insufribles amigos de hacer notas al margen de las páginas no garabateen
los manuscritos que heredaran otros, aunque al mismo tiempo crea el
dudoso perfil de lector que se lo compra para ahorrar dineros al subirse
al barco con la calavera con tibias por pajarita. Pero la existencia
del libro físico tiene una razón de ser incuestionable: que las
compañías productoras de e-books, ipads y similares engendros electrónicos dejen de talar árboles al buscar huecos donde levantar sus fábricas.
El
auténtico encanto de la página tangible reside en esas ediciones
esculpidas a partir de la reverencia por el formato palpable, en
aquellos esfuerzos por ofrecer un producto físico de estructura
inimitable en otro medio. Obras que tumban el cliché de juzgar un libro
por su portada, que desafían al enclaustramiento en un puñado de bits.
Que deberían estar en un museo.
Yo soy una de esas insufribles que escriben notas al margen... De hecho, suelo leer con el lápiz en la mano. Además, creo que todas esas anotaciones personalizan el libro y dicen mucho de quien lo lee. También es verdad que no los suelo prestar luego, con lo que no corro el riesgo de que me psicoanalicen! Por lo demás, aunque tengo ebook y lo uso mucho para leer por entretenimiento, cuando un libro me gusta realmente siempre lo acabo comprando en papel, y me encanta verlos amontonados en las estanterías.
ResponderEliminarHay bellezas que la tecnología nunca podrá igualar... Gracias por comentar!
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